Plenitud

POR MAURI BADRA

La mayor parte del tiempo estamos pensando en algo. Al menos así lo es en mi caso, al igual que muchas otras personas que nacieron y fueron criadas en la cultura occidental.

Nos levantamos temprano recordando todas nuestras tareas pendientes a lo largo del día y a medida qué pasan las horas ocupamos nuestra cabeza con demás preocupaciones o actividades. Cuando estamos en el trabajo, pensamos en hacer ejercicio y cuando estamos entrenando, queremos ir a tomar una cerveza con amigos. Así podemos encontrar miles de ejemplos en nuestra vida cotidiana. La mente siempre está intentando corrernos una carrera y casi siempre nos gana.

A quién no le ocurrió que al terminar las vacaciones ya imagina las siguientes? 

Creo que planificar y organizarse nos conlleva a administrar nuestras vidas de manera eficiente con el gran deseo de ser felices. Sin embargo, reflexionando acerca de nuestra manera de vivir permito preguntarme, realmente estamos disfrutando a pleno de cada momento?

De mi primer viaje por Asia obtengo muchísimas impresiones y a pesar de continuarme deslumbrando, hay algo que me resulta bastante intrigante de la cultura oriental y no puedo dejar pasarlo por alto.

Acá todavía se disfruta estar. Si. Estar.

Es incontable la cantidad de personas que encuentro sentados, sin celular, música o compañía. Simplemente están siendo, respirando, observando, estando. Cuidado, no quiero que esto se malinterprete y cometamos el error de confundirlo con pereza. Muchas personas tienen la cualidad y la dicha de apreciar lo sencillo, de disfrutar la plenitud del momento. No me refiero necesariamente monjes budistas meditando, sino a personas como cualquiera de nosotros.

Aldeano en Pai
Aldeano en Pai

El Sureste Asiático es increíble. Cada pequeño lugar ofrece sus hermosos destellos de magia y su excéntrico caos a la vez. Es una jungla eléctrica, como supo decirme un amigo una vez. A veces el mundo puede parecer caerse en mil pedazos pero ellos siguen ahí, observando la vida pasar. Viviendo el presente.

En cada uno los países que he visitado hasta ahora, entre ellos Tailandia, Laos, Vietnam y Camboya, encontré lugares maravillosos, paisajes de otro planeta, personas increíbles y por supuesto experiencias inolvidables. Cualquier persona que ha viajado alguna vez sabe que no alcanzarían las palabras, fotos o videos para transmitir nuestras vivencias de la misma forma en que la hemos sentido y más aún cuando se viaja por estos lugares con tan pura e intensa energía. Aún así, voy a hacer el intento.

Dos de mis pasiones son la fotografía y el video. Y que lugar más perfecto para practicarlas, ni más ni menos que Asia, aunque creo que la mejor fotografía es aquella que no sacamos sino que guardamos para nosotros mismos.

Una cámara puede ser fantástica para capturar momentos, pero a la vez puede resultar letal para la conexión del fotógrafo con el instante. A veces siento que cuando interpongo la cámara y fotografío a otra persona me pierdo la esencia del momento y créanme si les digo que es un poco confuso de explicar.

Cuando una obra, sea una fotografía, una canción, un poema o cualquier pieza artística genera al menos una ínfima emoción en quien la recibe, es una caricia al alma de quién la realiza. Supongo que la mayoría de los que amamos contar historias debemos aprender a asumir el costo de perdernos la plenitud del momento para poder compartir con alguien más al menos una pizca de esas sensaciones. Aunque siempre, hay excepciones.

En el norte de Tailandia visité Pai, un pequeño pueblito agricultor. Siguiendo mi instinto decidí alejarme de las zonas turísticas, para sumergirme en las profundidades del campo. En una humilde choza me encontré con unos granjeros locales que no hablaban inglés en lo absoluto. “Hola”, “cómo estás” y “gracias” son las únicas palabras que sabía decir en Thai. Me ofrecieron comida y agua, señal de que era bienvenido y a través de sus miradas sentí que estaban cómodos con mi presencia. Mediante gestos, intente preguntarles si les podía tomar fotos. Al mostrárselas, rieron. Supongo que esa respuesta fue afirmativa.

Aldeano en Pai
Aldeano en Pai

En ese momento comprendí que además de las palabras, existen otras formas de comunicarse. Nos despedimos luego de pasar un rato sentados observando el campo, una mujer aceptó sacarme una fotografía al mismo tiempo que les regale un sticker de yosoydelmundo como forma de agradecimiento. Al día de hoy no sé sus nombres y posiblemente nunca los vuelva a ver, pero cuando les tome las fotografías, me sentía 100 por ciento conectado a ellos y sin dudas, son de las fotos más favoritas en este viaje.

A varios miles de kilómetros de Pai, en el norte de Vietnam, más precisamente en Sa Pa, un pueblo montañoso con miles de plantaciones de arroz, viví una experiencia similar pero grandiosamente única también. Posteriormente a haber hecho 2 días de trekking por las montañas, pasamos la noche en una aldea local y dormimos en la casa de una familia local proveniente de Mongolia. Ese día el grupo se me adelantó y quedé varios metros por detrás con mi cámara, me crucé a varios niños jugando en el camino, que a pesar del sonido de mi obturador, parecían no percatar de que había un extraño situado a su lado. No les interesaba ni preocupaba mi presencia, sólo estaban jugando, nada podía estar mal.

El último día allí me quedaban unas horas libres hasta la noche para tomar el autobús entonces salí a caminar en busca de alguna postal con mi cámara. El sol caía y el cielo se tornaba anaranjado, momento perfecto para los amantes de la fotografía, cuando divisé unos niños jugar al fútbol a lo lejos en el centro de una especie de autódromo.

Niños jugando
Niños jugando

Extasiado al verlos jugar, me acerque para hacer fotos y videos. La emoción de verlos divertirse de esa manera, descalzos en un potrero con ladrillos en vez de arcos, me llevó a meterme a la canchita a solo metros de ellos, tan cerca que la pelota pasó rozándome las piernas y no pude evitarlo. Volví a mi infancia.

Niños Jugando
Niños Jugando

Apague la cámara y la dejé a un costado. Sin murmurar una sola palabra nos entendimos a la perfección y en cuestión de segundos ya estaba dentro del picado. Honestamente no puedo describir lo que sentí en ese lugar. Por un rato fui un niño completamente lleno de inocencia e ingenuidad, desbordado de alegría por el hecho de jugar a la pelota.

Una vez más, me sentí presente, olvidándome por completo de todo lo demás. Recién varios días después puedo llegar a darme cuenta de que en estos momentos era uno más de esas personas a las que me siento a observar cuando están ahí, siendo plenos. Para ser honesto, las fotografías que tome el día del partido no son la gran cosa. La mejor foto de ese día me la guardo para mí.

Fotografias Mauri Badra @yosoydelmundo

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Fotografía tomada por aldeana en Pai.

 

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